28 de marzo de 2024
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Un restaurante Venezolano que me congueó tanto que me hizo reír y llorar.

Hay experiencias breves que cuando te pasan es inevitable compartirlas, sobre todo porque mientras te ocurren no te las puedes creer y así como yo no me la podía creer también lo notaba en la cara de los clientes de aquel restaurante proveniente de otro universo paralelo, nada de lo que ya conocía describía o se comparaba a aquella experiencia; ni los quiosquitos de comida panameños, ni los restaurantes chinos, que ya aprendieron a cocinar bien. En estas fotos os explicaré paso a paso mi experiencia con este local, al que fui por emergencia, ya que estaba asistiendo a un evento familiar cerca y no había cenado nada y el hambre me estaba sacando el espíritu del cuerpo.


A primera vista el lugar estaba bien bonito, decorado como el set de TU MAÑANA, colores vibrantes y unas paredes que parecían patrocinadas por las pastillas salvavidas. Con TV y todo; más nada que pedir, sólo el menú.

Me senté y miré pa’rriba, y más decoración. Luego me di cuenta de que nadie iba a la mesa a atenderme, ni llevarme el menú.

En ese lapso me puse a observar más profundamente el decorado y tiraba línea de cuánto había costado todo el mobiliario. Carretes de cableado eléctrico, sillas hechas de pallets; o sea decoración al estilo «Muelle de Balboa» Furniture store, y me sentía como los ratoncitos de las cómicas de Disney que se sentaban en carretes de hilo para comer. Las sillas me recordaban las que hacía en manualidades con horquillas de tender en la escuela, al menos tenían colchoncito. Y por estas rarezas había que tomarles foto, no podían pasar desapercibidas. El don que está al fondo ya había pedido su comida y los movimientos que hacía con su cara y mandíbula parecían decirme cosas extrañas que aún no entendía, por apenas yo prepararme para ser cliente primerizo.

¿Autoservicio? O sea que se podía ir en carro.

Ahí fue donde me dí cuenta que la decoración me había engañado, haciéndome pensar que tanto nivel decorativo me haría creer que hasta mesera tenían, ya que una muchacha rubia venezolana se quedaba dentro del mostrador sin moverse y lo entendí todo cuando leí este letrerito y me dispuse a pedir mi comida. Me dirigí al bañomaría y al parecer todo el color vibrante del local sólo reposaba en las paredes, porque el contenido de las bandejas palidecía de aquellos colores que reconocemos los panameños; el de las salsas naranjas, los platanos amarillos, los tomates rojos y las ensaladas verdes, nop…nada de eso brillaba detrás del vidrio, pero yo ya estaba ahí, había esperado, tenía hambre y me decidí a pedir, esperando que lo que ví concordara con el precio, (que aún desconocía) porque lo único que se engañaba en mi era el asunto del color de la comida, además te regalaban una chicha, así que vale, pedí.

Pagué mi comida y pregunté por la chicha de cortesía y me dijo la venezolana; en una actitud con la que creo que mejor le hubieran puesto a vender equipo para cazar tiburones, -Toma un vaso de los que están al lado del tanque de agua y sírvete del galón que está dentro de la nevera. Yo disque…eh…eh…como así. ¡Chabacanería ésta! Tenía yo que manosear el galón de chicha al igual que los demás clientes. No sabía ni como actuar porque al mismo tiempo intentaba digerir lo que estaba pasando.

Me hice el guebas, porque pa’ que reclamar si había gente ahí que parecían felices con ese servicio, manes así como plomeros, y yo no quería hacer papel de mariquita quejándome por tocar una chicha y lo que me dejaba inquieto es que la chicha era gratis, pero la comida costó $4.80 y veamos lo que contenía.

Unos porotos sin sal. Arroz con rayitas de zanahoría (creían que la botaban), pero ni el arroz ni la zanahoria sabían a algo reconocible, se ahorraron la sal y creo que hasta el aceite, ya que el arroz estaba tan seco como cuando salió del paquete. La carne…¡Ta, ta, ta, tán…! DURA como parche de llanta de camión y sin condimento, así como las del lejano oeste. No sé ni como no les dejé un diente de propina. Mientras me comía eso miraba al señor aquel y como se tragaba el arroz; así como las gallinas de patio cuando les tiras sólo granos de maíz sin agua, se le veía el arroz bajar por la garganta. Y yo por el mismo camino…ya había pagado y había que matar el hambre. Mientras…miraba como llegaban más discípulos del hambre al local, digo mártires del hambre como yo.

Y bueno pues me comí la vaina hasta donde pude, la interesante chicha era culei de paquete y aunque me sentía congueado me entretuve tomando fotos y riéndome por dentro de este lugar y de todas las cosas que estaba viviendo ahí en ese restaurante venezolano, donde sus administradores parecían nunca haber tenido contacto con la manipulación de alimentos ni en sus casas, ni menos haber asistido a un curso de relaciones públicas de Dale Carnegie. La única que me cayó bien y se despidió nice de mi con su contagiosa sonrisa llena de alegría y amabilidad fue la mesa.

Pa’l que conoce este restaurante, no sé si sigue existiendo y no diré dónde queda, porque sólo fui esa vez y más nunca, así que menos indisponer a los que lo administran; yo no hago eso (¿O ya lo estoy haciendo?), porque eso es de gente maluca y hay que dejar a la gente vivir.

Para cerrar este relajo he aquí una comida del chinito que queda en Via Brasil subiendo por el IDAAN, $4.00 con la soda de piña. Ya habían cerrado el restaurante, pero no la tiendita, eran las 3 y media y aún tenían comida y pedí carne guizada, miniestra, arroz BLANCO, y su par de tajadas, que aunque las hicieron en aceite quemado, sabían bien. Me llené y casi no me cabía la soda. Esos chinitos de ahora cocinan bien, pero me dijeron que el cocinero es un panameño; salsa pura, arroz en su punto y caliente y el sol del ocaso realzaba los húmedos relieves de la ricura de una comida fresca y bien hecha como debe ser. Amén. 😀

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